29 de Septiembre 2004

Sin título

Desde el coche no se veía casi nada, así que salimos.
Nos sentamos apoyadas sobre el capó, mirando las luces de la ciudad. Bueno, es un decir, yo la miraba a ella.
Ella miraba el brillo de las farolas, de las ventanas abiertas, de las estrellas a lo lejos, aunque todo estaba más cerca de lo que parecía, como casi todo lo maravilloso en esta vida, sólo había que abrir bien los ojos y dejar que te inundara, que entrara dentro de tí tanta belleza como existe y en la que nunca o casi nunca, nos dejan reparar, el tiempo, la prisa, la mala memoria.

Yo la miraba a ella, que sabía que la estaba mirando. Quería aprenderme su cara, su expresión, su cuerpo quieto y vivo en aquella postura, que no se me olvidara nunca, que si algún día perdía la memoria, o la razón o la tranquilidad que me decía lo maravilloso que llenaba mi vida, siempre recordara, siempre pudiera agarrarme a ella, a su imagen serena, a sus ojos en paz, sonrientes, pícaros, infinitamente hermosos, a sus labios suavemente entreabiertos, preciosos, a su expresión ausente y enamorada, a la inmensa suerte que me transmitía el contemplar su cuerpo tan cerca del mío y saber, que era víctima de la increíble fortuna que es ver como los sueños más importantes de tu vida se cumplen ante tus ojos absortos.

Quería aprenderme cada cm de ella. Quería que fuera lo único que nunca olvidara, porque recordándola a ella, recordaría todo.

Le puse una mano en el hombro. Ella se giró y de pronto me abrazó, refugiando su cara en el recoveco de mi cuello. La estreché con fuerza entre mis brazos, besándole el pelo. Entonces miré las estrellas, con ella llenándome el alma, y su olor inundando mi nariz y mis hormonas. Había algo en todo ello que me hacía pensar que este mundo no era tan kaótiko como a veces parecía.
La amaba, sí. La amaba.

Suavemente empezé a acariciarle los mechones de pelo con dos dedos, despacio; no tenía prisa. Mi cabeza marchaba a mil por hora, subida en un sinfín de reflexiones profundas sobre el sentido de la vida y mi propia existencia, divagando sola, flotando, mi mente aislada de mi cuerpo unida a mí sólo por un fino hilo transparente de consciencia, que cada vez se hacía más largo. Empezaba a sentir increíblemente caliente el corazón. El pulso en las sienes me latía con fuerza, ardiendo. La piel se me erizaba, del propio calor que desprendía, la ternura y la cortante excitación que se abría paso a oleadas por mi ser.
Ya pensaba con el corazón. Quería tocar la calidez de su pelo con mi mejilla, cerré los ojos y con firmeza comenzé a buscar la postura más cómoda para mi nariz entre sus rizos. Aspiré con fuerza su olor. Me penetró hasta la última neurona de mi cerebro. Quería llenarme de ella, necesitaba abrazarla más estrechamente aún y notar que que estaba ahí, que no era mentira, que no era una alucinación de mi loca cabeza. Necesitaba sentirla dentro, muy dentro de mí, y pensar que nunca se iría. Insconcientemente busqué su cuello, comencé a besarlo, y una rodilla quiso interponerse entre el aire y sus piernas, ocupando el espacio que quedaba, rozando su sexo por encima de los vaqueros y mis besos se hicieron más rápidos, más apasionados, con más fuego.

Un escalofrío me traspasó al sentir un breve gemido de su boca sobre mis hombros. El estómago era una noria y la garganta me quemaba al tragar saliva e ir acercándome poco a poco a sus labios entreabiertos. Siempre deseaba besarla. Tal vez fuera el el acto de amor más sencillo y el más intenso; un beso podía ser eterno, 5 minutos de lucha a muerte entre las lenguas, la saliva y los labios podía ser lo más bonito y lo más erótico del universo. Sólo hacía falta darse cuenta del vello erizado sobre la piel, o los escalofríos, o la humedad que se abría paso por la entrepierna cuando dos bocas se juntaban y se amaban. Cuando mis labios rozaron a los suyos y deje mi aliento besándolos a la vez que lo volvía a aspirar lento, devolviéndoselo a mi boca ya con el suyo y probé su sabor húmedo, y mi lengua la recorrió por dentro, y mi saliva se mezclo con la suya y sus manos apretando mis nalgas y mi cabello.

Casi la masturbo con la rodilla, hasta que mis dedos querían sentir la piel de su espalda y de su pecho y palpar la humedad de su sexo, mojarse en él y dejar que ella también me recorriera hasta el último rincón. Así que alivié la presión sobre el coche y cogiéndola de la mano la llevé dentro y cerré las puertas, yo clavándome el volante en el costado al inclinarme sobre ella, Alicia chocando con el filo de la puerta con los hombros y penetrándome casi entre las piernas con un pie al que se le acababa de caer la zapatilla.

Necesitaba sentirla, comencé mordiéndole todo el cuerpo, desde el cuello hasta el comienzo del culo tras las piernas y no lo sé seguro, pero creo que le dejé las marcas de mis dientes hambrientos de su sabor, y seguí haciéndole el amor con una mano moviéndose frenética dentro de su sexo, la otra empujandola sin tregua analmente en una posición desafianzo a la gravedad y la resistencia de mis articulaciones, y la lengua deslizándose aventurera por su clítoris duro y mojado, mientras mis piernas hacían un equilibrio imposible dobladas entre en sillón del copiloto y el espacio paro los pies, dejanso sugerentes mis caderas relativamente cerca y de espaldas a su rostro y asi mismo a sus manos, que se me agarraban y arañaban y pegaban en el trozo de espalda y de nalgas que quedaban frente a ella.

Le habría hecho de todo pero no teníamos tiempo ni lugar ni espacio. Las ventanillas estaban empañadas y nosotras llenas de sudor y la noche no lo sé, pero creo que preciosa y el tiempo hacía mucho rato que había desaparecido del mundo.

Nos miramos. No sé si la gente normal se mira mucho cuando acaba de hacer el amor; siempre me lo he preguntado. Es mucho más dificil ser sincera, ser tú, decir lo que realmente sientes, cuando miras a los ojos a la persona con la que acabas de hacer el amor y ella te devulve la mirada, y aún estais así, desnudas, respirando más fuerte de lo normal, sensibles...frágiles. Es mucho más difícil que alguien te diga te quiero que entonces que en cualquier otro momento, soportando tu mirada, continuando con ella los gestos y la sinceridad que hasta hace un instante te han amado. Es el momento más extraño y el más fantástico. Yo creo que nos habíamos dicho por lo menos diez te quieros mientras nos masturbábamos una a otra con los ojos muy abiertos y fijos en la mirada de la otra, y eso era raro de encontrar.
En aquel momento también nos lo dijimos, y no sé, nos surgió un abrazo que en aquella ausencia de relojes que nos recordaran nada que no fuera su calor y mi amor x ella, el nuestro, pareció durar la eternidad entera, y yo habría deseado un poco más.
Y creo que nos fuimos, después de encontrar los calcetines entre el freno de mano y el bajo del asiento, y peinarnos en el espejo retrovisor y mirarla una vez más antes de arrancar y volver a mirarla, y pensar que éramos afortunadas, porque teníamos algo por lo que el resto de la humanidad mataría...
alguien a quien mirar una y otra vez sintiendo como a cada segundo, el amor en tu corazón o en el suyo crece un poco más; y no se agota.

Escrito por Atlanthis.....29 de Septiembre 2004 a las 10:33 PM
Comentarios

Amor... profundo sentimiento que se escapa de toda visión, pensamiento, creencia... más aún del horizonte de las estrellas, más allá de todo límite.

Quien no ama, no vive.

Escrito por khardaia a las 4 de Octubre 2004 a las 05:41 PM

Leyendote, me he dado cuenta de todo lo que he perdido y que nunca volvera: el amor, la pasion, el sexo,la sensibilidad. Creo que estoy ciego en un mundo lleno de sicastenia...

Saludos

S.S.S.

Escrito por Newton a las 28 de Enero 2005 a las 04:18 PM
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