2 de Diciembre 2003

Cuentos de la calle Broca. Si un adéu d'amor fos encara amor

El par de zapatos

Había una vez un par de zapatos que estaban casados. El zapato derecho, que era el señor, se llamaba Nicolás, y el zapato izquierdo, que era la señora, se llamaba Tina.
Vivían en una bonita caja de cartón, donde estaban envueltos en papel de seda. Se sentían allí totalmente felices y esperaban que sería para siempre.
Pero he aquí que una hermosa mañana una vendedora los sacó de su caja para probárselos a una señora. La señora se los puso, dio algunos pasos con ellos, y después, viendo que le servían, dijo:
- Los compro
- ¿Se los envuelvo? –preguntó la vendedora.
- No hace falta –dijo la señora-, me los llevo puestos.
Pagó y salió con los zapatos nuevos puestos.
Así resultó que Nicolás y Tina anduvieron todo un día sin verse el uno al otro. Sólo por la tarde se volvieron a encontrar en un armario oscuro, empotrado en la pared.
- ¿Eres tú, Tina?
- Sí, soy yo, Nicolás
- ¡Ah, qué suerte! ¡Te creía perdida!
- Yo también. Pero ¿dónde estabas?
- ¿Yo?, yo estaba en el pie derecho
- Y yo en el pie izquierdo
- Ahora lo comprendo –dijo Nicolás-. Todas las veces que tú estabas delante, yo estaba detrás, y cuando tú estabas detrás, yo estaba delante. Por eso no nos podíamos ver
- ¿Y esta vida va a repetirse todos los días? –preguntó Tina.
- ¡Me temo que sí!
- Pero ¡es horrible! ¡Estar todo el día sin verte!, mi pequeño Nicolás. ¡Jamás podré acostumbrarme!
- Escucha –dijo Nicolás-, tengo una idea. Como yo estoy siempre a la derecha y tú siempre a la izquierda, pues bien, cada vez que yo avance me inclinaré al mismo tiempo un poquito hacia tu lado. Así nos saludaremos. ¿De acuerdo?
- De acuerdo

Así lo hizo Nicolás, de manera que durante todo el día siguiente la señora que llevaba los zapatos no podía dar tres pasos sin que su pie derecho se enganchara en su talón izquierdo, y ¡plaf!, todas las veces se caía al suelo.
Muy inquieta, fue ese mismísimo día a consultar a un médico.
- Doctor, no sé lo que me pasa. ¡Me pongo zancadillas a mí misma!
- ¿Zancadillas a usted misma?
- ¡Sí, doctor! Casi a cada paso que doy, mi pie derecho se engancha en mi talón izquierdo ¡y me caigo!
- Es muy grave –dijo el doctor-. Si esto continúa, habrá que cortarle a usted el pie derecho. Tenga, aquí le doy una receta: son mil francos las medicinas. Deme doscientos francos por la consulta, y vuelva a verme mañana.
La misma tarde, en el armario, Tina preguntó a Nicolás:
- ¿Has oído lo que ha dicho el doctor?
- Sí, lo he oído
- ¡Es horrible! Si le cortan el pie derecho a la señora, te tirarán, ¡y nos separaremos para siempre! ¡Hay que hacer algo!
- Sí, pero ¿qué?
- Escucha, tengo una idea: como yo estoy a la izquierda, ¡seré yo, mañana, la que haga un pequeño movimineto hacia la derecha cada vez que avance! ¿De acuerdo?
- De acuerdo
Así lo hizo, de manera que a lo largo del segundo día, fue el pie izquierdo el que se enganchaba en el telón derecho, y ¡plaf!, la pobre señora volvía a caerse al suelo. Cada vez más inquieta, volvió a casa de su médico.
- Doctor, ¡esto va de mal en peor! ¡Ahora es mi pie izquierdo el que se engancha en mi talón derecho!
- Es cada vez más grave –dijo el doctor-. Si esto continúa, ¡habrá que cortarle a usted los dos pies! Tenga, aquí le doy una receta: son dos mil francos las medicinas. Deme trescientos francos por la consulta, y sobre todo ¡no olvide volver a verme mañana!
Esa misma tarde, Nicolás preguntó a Tina:
- ¿Has oído?
- He oído
- Si le cortan los dos pies a la señora, ¿qué será de nosotros?
- ¡No me atrevo ni a pensarlo!
- Y, sin embargo, ¡yo te quiero, Tina!
- Yo también, Nicolás
- ¡Yo no quiero separarme nunca de ti!
- Yo tampoco quiero separarme
Hablaban así, en la oscuridad, sin dare cuenta que la señora que los había comprado se paseaba por el pasillo en zapatillas, porque las palabras de médico no la dejaban dormir. Al pasar por delante de la puerta del armario, oyó toda esta conversación y, como era muy inteligente, se enteró de todo.
- Así que es eso –pensó-. No es que yo esté mala, es que mis zapatos ¡están enamorados! ¡Qué conmovedor!

Entonces tiró al cubo de la basura los tres mil francos de medicinas que había comprado, y al día siguiente le dijo a su asistenta:
- ¿Ve usted este par de zapatos? No me los volveré a poner, pero, de todos modos, quiero guardarlos. Así que deles betún bien, cuídelos bien, que estén brillantes, y sobre todo no los separe nunca el uno del otro.
Cuando se quedó sola la asistenta, se dijo:
- La señora está loca, ¡guardar estos zapatos sin ponéselos! Dentro de quince días, cuando se le haya olvidado, ¡se los robaré!
Quince días más tarde, los robó, y se los puso. Pero en cuanto los tuvo puestos, también ella empezó a ponerse zancadillas. Una tarde, en la escalera de servicio, cuando bajaba la basura, Nicolás y Tina quisieron abrazarse y, ¡cataplum! ¡Bing! ¡Bang!, la asistenta se encontró sentada en un descansillo, la cabeza llena de desperdicios y una monda de patata que colgaba en espiral sobre su frente, como si fuera un tirabuzón.
- Estos zapatos están embrujados –pensó-. No me los volveré a poner. ¡Voy a dárselos a mi sobrina, que es coja!
Así lo hizo. La sobrina, que, en efecto, era coja, se pasaba casi todo el día sentada en una silla. Cuando por casualidad andaba, lo hacía tan lentamente que no podía enredarse los pies. Y los zapatos eran felices, pues incluso durante el día estaban la mayor parte del tiempo uno al lado del otro.
Esto duró mucho. Desgraciadamente, como la sobrina era coja, desgastaba un lado más deprisa que el otro.
Un día, Tina le dijo a Nicolás:
- Noto que mi suela se vuelve fina, fina. ¡Voy a tener pronto un agujero!
- No hagas eso, dijo Nicolás. ¡Si nos tiran, volveremos a estar separados!
- Ya lo sé, dijo Tina, pero ¿qué hago? No puedo evitar hacerme vieja
Y en efecto, ocho días más tarde, su suela tenía un agujero. La coja se compró zapatos nuevos, y tiró a Nicolás y a Tina al cubo de la basura.
- ¿Qué va a ser de nosotros? –preguntó Nicolás
- No sé –dijo Tina-. ¡Si solamente pudiera estar segura de no separarme nunca de ti!
- Acércate –dijo Nicolás- y ata mi cordón con el tuyo. De esta manera no nos separarán
Así lo hicieron. Juntos los tiraron al cubo de la basura, juntos fueron llevados por el camión de los basureros y abandonados en un descampado. Allí estuvieron hasta el día en que un niño y una niña los encontraron.
- ¡Anda!, ¡mira esos zapatos! ¡Están cogidos del brazo!
- Es que están casados –dijo la niña
- Bien –dijo el niño-, puesto que están casados, ¡van a hacer su viaje de novios!
El niño cogió los zapatos, los clavó uno al lado del otro en una tabla, después llevó la tabla al borde del agua y la dejó ir con la corriente hacia el mar. Mientras se alejaban, la niña agitaba su pañuelo gritando:
- Adiós, zapatos, ¡y buen viaje!
Fue así como Nicolás y Tina, que no esperaban ya nada más de la vida, tuvieron por lo menos un bello viaje de novios.

/El par de zapatos. Cuentos de la calle Broca. Pierre Gripari./

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Era mi libro preferido de pequeña...ne lo releía una y otra vez, jugaba con él, con mi imaginación, y nunca me cansaba...


SI UN ADÉU D'AMOR FOS ENCARA AMOR

Oh, si un adéu d'amor fos només el gest
del dolor compartit
per no haver sabut volar junts més alt.
Oh, si un adéu d'amor fos encara amor.

Oh, si un adéu d'amor fos pols d'un camí
sense espai pels retrets,
sols un pas més pel bell do de seguir en l'intent,
en l'antic intent d'estimar i somiar
de sempre, per sempre i sempre lliurament.

Oh, que no acabi mai el teu pas per mi
ni aquest joc dels sentits
que ara ens fan senyals d'un amor tan dens,
rar entramat de por i desig d'enllà...

Oh, si un adéu d'amor fos encara amor,
per sempre, de sempre i sempre lliurament.

/Lluis Llach. Jocs/ Es uno de los mejores cantaautores (rojo total) que he escuchado nunca.

Traducido para quien no entienda la letra: Oh, si un adiós de amor fuera sólo el gesto del dolor compartido por no haber sabido volar más alto. Oh, si un adiós de amor fuera todavía amor. Oh, si un adiós de amor fuera polvo de un camino sin lugar para reproches, sólo un paso en el bello don de continuar en el intento, ese antiguo intento de amar y soñar desde siempre, para siempre y siempre libremente. Oh, que nunca acabe tu paso a través de mí, ni este juego de los sentidos que ahora nos hacen señales de un amor tan denso, raro entramado de miedo y deseo del más allá... Oh, si un adiós de amor fuera todavía amor, para siempre, desde siempre y siempre libremente.

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Escrito por Atlanthis..... 2 de Diciembre 2003 a las 04:49 PM
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