Te suena el despertador del móvil. Con mano temblorosa lo cojes para ver qué hora es, aunque es un gesto inútil, porque ya lo sabes. Entonces te acuerdas de cortarlo.
Te vuelves a tumbar boca arriba. El mundo te da vueltas.
Tu conciencia se hace pesadamente eco del sudor frío que te envuelve, tienes el pelo, la camiseta, la piel encharcadas. Las manos te tiemblan, pero ya cuando te acostaste de temblaban, eso es cuenta aún de la última resaca pero ésto es otra cosa. La cabeza y el estómago te arden. Tienes una núseas abominables aunque anoche no cenaras nada.
Te estás asfixiando de calor y a la vez tienes un espantoso frío que te recorre en arcadas de escalofríos.
Piensas. Son las 8.10 de la mañana. Recuerdas haber tardado en dormirte, haber leído mensajes a las 3 de la mañana. Tomas el móvil (también está caliente) y compruebas si fue un sueño descubriendo que no.
Le escribes un mensaje a tu jefe. Tú no estás ni para levantarte al cuarto de baño a punto de vomitar x cuarta vez ese día.
Entonces, mientras la habitación gira en torno a tí que tratas de llegar al baño para meter la cabeza en el váter, te das cuenta de que estás sola. Que vas descalza, hecha una pena, que los cristales del salón filtran la luz del amanecer al piso, y no hay nadie más salvo tú y el frigorífico, al lado del sofá (esa es una larga historia).
Entonces, con esa extraña e inintengible cualidad de improvisación que nos caracteriza a los seres humanos, te detienes a mitad del pasillo a mirad la penumbra que se va perdiendo x el hueco de la puerta, y el cuarto de baño esperándote. Flipas, no puedes tenerte en pie y te pones a reflexionar.
El frigo sólo tiene yogurt, leche, Heineken, pan Bimbo y un bote de mahonesa Ybarra a la mitad. Está a final de mes, como tú. Sólo que a él no le faltan dos contratos para tener los números cubiertos y hoy prevee que no podrá asistir a la única cita con posibilidad de éxito que tenía. Ni a las otras tampoco.
El motor hace ruido, no demasiado, pero hace. La camiseta de Bon Jovi se te pega al cuerpo. Es indescriptible la sensación de echar de menos alguien que te cuide.
No porque tú no puedas hacerlo. La razón es mucho más simple, porque a todos nos gusta. Nos hace sentir más cálidos, más importantes. Más seguros y tranquilos.
Estar solo es eso. Levantarte de madrugada con naúseas y encontrar al frigo casi sin comida. Dejar entreabierta la puerta del baño porque no hay nadie a quien esconder los detalles escatológicos de tus actividad regurgitante. Lavarte las manos y la cara y la boca mirándote el vello de punta sabiendo que sólo tú lo vas a ver. Volver a la cama preguntándote como cóño tienes ya otro nudo en la garganta si supuestamente acabas de soltarlo (y nunca mejor dicho), pensando melancólicamente que nadie te acompañará al médico (como no se lo pidas tú y no es la costumbre) si decides ir (o obligándote más bien) ni se preocupará x ir al super a comprar alimentos sanos pa la niña y prepararle algo saludable de comer.
Y es que ya alguien dijo que la soledad es insultante cuando no la buscas tú.
Te duermes y vulves a leer mensajes y no los entiendes y te vuelves a dormir de nuevo, y te levantas y saludas again al váter y al frigo y a la música de la vecina. Y hoy no irás a trabajar.